Fidel es un país

Fidel es un país
____________Juan Gelman

martes, 16 de enero de 2018

Tu príncipe rock hacia el happy end donde besarte

Era el único al que no conocía cuando hicimos la preselección: ¿Héctor Tellez? “Sí, el Junior; es un guitarrista roquer del carajo y canta de puta madre, con tremenda bomba” (descripción sintetizada marca Carballea, sin para dudas); ya Héctor integraba equipo, -aunque por entonces había que definir el turno al bate.
El listado genésico manejaba dos o tres variantes para buena parte de las canciones, pensando no solo que encaje el aire de la pieza con el estilo del intérprete, si no en la historia del relato que viene con cada uno, y múltiples lazos que puedan interconectar cantor-personajes, digamos Frank Delgado con “Norma y Santiago” dedicada a Santiago Feliú, o la chilena Natalia Contesse con “Oración por tu piel” sobre Violeta Parra.
Tras ese listado germinal entró en la Comisión Nacional Robertico (Luis Gómez) que con las ideas iniciales de arreglos, le daría un gran giro sonoro que nos llevó a reanalizar la, o más bien, “las” posibles alineaciones del disco.    
Para los músicos, en cuanto a instrumentistas, Robert no necesita señas, y ha armado un all star de ensueños, no únicamente por extra músicos, sino porque junto al virtuosismo –o como causa-efecto de ese talento- han resultado todos extra seres; de esas personas que a los 15 minutos de conocerlos le dejas colgada la vida en su guardabolsos con toda confianza. Así que el equipo Instrumentistas tenía una alineación inamovible, llegando a la exquisitez de contar con tres drums de acuerdo al aire de cada tema ¡y qué tres patas para esta mesa!: Alain Ladrón de Guevara, Raúl Herrera (Ruly) y David Suárez; por demás estrechamente vinculados al mundo del libro, pues trovadores con los que ellos han tocado (Santiago Feliú, Carlos Varela, Frank Delgado…) están entre los personajes de relatos y canciones.  
 
La única canción que se repite del disco anterior, La voz del Diablo Ilustrado, es “Tu príncipe azul” que la incluimos por ajustarse conceptualmente a la historia amorosa que fusiona al Charlot de la película “Luces de la ciudad” con la “Daniela” de la canción del cantautor canario Pedro Guerra.
Arthur Garfunkel
Michel Portela

















En principio no me gustaba la idea de re versionar una canción ya grabada y que contaba con una hermosa versión country de Michel Portela, (quien, por cierto se parece mucho a Arthur Garfunkel -del legendario dúo Simon and Garfunkel), pero realmente era la canción para Chaplin y ese arte del amor humilde desafiando con su poesía a los aristócratas modelos de vida impuestos durante siglos, desde los cuentos de hadas hasta las telenovelas de turno (incluyendo tres cuartas partes –tirando bien bajito- de los productos de Hollywood.         
La decisión llegó ya en el estudio Scorpio, como de sobremesa, tras las sabrosas cajitas de almuerzo- en lo que el Robert hacía guitarras bases. Carballea llamó al bateador designado para ese turno al bate. Como si estuviera esperando detrás de la puerta apareció en menos de 10 minutos, a pesar de una mano fracturada, el príncipe azul-rock.  
Héctor Téllez Jr.
Freddie Mercury
La primera impresión al verlo fue de Freddie Mercury –otro
ícono musical ¿Esto de los parecidos será sugestión mía?
Nos presentaron y de inmediato pidió que le contara su historia chaplinesca, asumiéndola de entrada al saber a Robertico y Carballea involucrados, como prenda de garantía.   
Mi prólogo era demasiado largo, lento para su ritmo de aprehensión que lo cogía todo al vuelo; cuando iba generalizando detalles, me pedía saltos, solo me detuvo en “El Diablo Ilustrado”, preguntando si este mundo al que entraba era continuidad de aquel libro que hizo suyo desde la adolescencia. Al confirmarle tuve que hacer corte directo, ya quería la canción: -“Coge la guitarra y tócala”.
Yo podría ser tu príncipe azul
si no encuentras –claro está- una mejor opción:
no me ajusto bien a la leyenda,
pero puedo ser una versión.

Yo podría ser –por decir mejor-
tu tercermundista gris o verde natural;
ciertamente un caso no muy tentador
mas, dice mi abuela que “del lobo un pelo”
y “paloma en mano” para asegurar.  

Un par de estrofas y ya estaba rumiando la canción, cortándome el final dijo: “ahí hay letra, cópiamela”, todo era inmediato, hasta intentó coger la guitarra olvidando que tenía un dedo fracturado. Con el Robert conspiraron cómo la harían, le comentó de la versión country y concluyeron que la veían como un rock algo pesado, oscuro, denso.
Héctor Téllez con la letra en su móvil y Robert con la guitarra empezaron ¿ya? a darle atmósfera a la pieza. Acordaron en verse en un par de días.           
David Suárez graba 
Y ya es el 28 de diciembre del 17, estudio Scorpio. David Suárez inundó de cuentos el ambiente antes de grabar el drums; recordamos la presentación del libro “Frank, Santiago, Gerardo y Varela: Trovadores de la herejía” con aquel concierto en Casa de las Américas y otras de sus andanzas con la banda de Carlos y otros muchos momentos de música y descargas. Carlos Hevia puso no pocas leyendas en su trayectoria de grabaciones en estudio y en vivo. 
No podíamos irnos sin algún pasaje para la anécdota posterior y quedó filmada –en videos Scorpio- las tres veces seguidas que desparramé la hielera por el piso del portal intentando guardarla en el congelador (hasta que al fin Carlos vino en mi auxilio).
Robertico y Héctor habían tenido una sesión previa de maduración del tema; entran directo al estudio, Robert con la guitarra, Héctor se tira en el piso con la laptop, para hacer una grabación guía.
A ese torso griego que saturan las revistas
de una clase manierista que se inventa su hábitat
resta los ayunos del que arando sueños
lleva al pie su dieta (de necesidad),
pero al menos soy de carne y hueso,
pero al menos -sobre todo- huesos;
si no salgo en las portadas
es porque con zurdos
no trafica la publicidad.  
Robert y Héctor graban guía
Otrora precipitado, ahora se recrea en el tiempo, saborea las palabras, juega con ellas, ha interiorizado la letra de manera que ensancha sus sentidos, se torna más hereje ese príncipe natural, martiano (“Se es bueno porque sí; y porque allá dentro se siente como un gusto cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo útil a los demás. Eso es mejor que ser príncipe: ser útil.”)
Su voz entabla un duelo a muerte frente al prototipo acuñado de mancebo con título nobiliario certificado de sangre azul, fastuosas propiedades y glamorosa vida seguida por insustanciales programas televisivos y revistas de vanidades.       
Al rostro rosado de ese tipo duro,
que te salva en mil demonios sin siquiera pestañear,
quita el contraluz estilizado
y otro Hollywood más crudo
mostrará un puñado de usureros
maniobrando almas, cual titiriteros
de millones de extras olvidados.

Terminan una toma de guitarra y voz guía que estaba para quedar en el disco, incluso a alguno que otro en la cabina nos pasó la idea por la cabeza, de inmediato Carlos (El Malo) Hevia se echó a reír, “eso lo  hemos grabado sin estar en plano siquiera, es una simple guía”.    
Y llegó el momento de máxima experimentación; sobre la base comenzó Robertico, a poner varias guitarras diferentes, folk, eléctricas, de cuerdas de naylon. Desplegó en la cabina lo que podríamos llamar “El set de Pandora Hendrix” un grupo de cajitas y pedales de efectos sonoros para llevar las guitarras a lo que se le ocurra a aquellas mentes roqueras. 
Robert y Héctor desataron entonces una enciclopedia de las disimiles artistas del rock y del folk, citando en la guitarra, acordes y maneras de abordar sonoridades; disertando ambos en los estilos desde la búsqueda en el (los) instrumentos, ayudados por Iván (El Joven) y Carlos en el sonido metidos de lleno en la conspiración. Y eso que no estaba  Carballea (ese día lesionado) por lo que no pudo alinear en el juego; habría sido un tercero de copete por ser guitarrista y tener en el disco duro de su mente una antología incalculable de grandes instrumentistas de cuantos hay-hubo  en el mundo –incluyendo los del patio (no olvidar que nuestro Enrique viene desde Arte Vivo, transitando en su producción por Silvio, Jazz Cuba Today, Elmer Ferrer band o Santiago Feliú, por citar ejemplos donde la guitarra ha contado grandes y serias historias.        
Robert y Héctor parecían no tenían otra misión en la tierra que viajar por los misterios de una guitarra; una prueba pulsando con arco, otra con un bolígrafo… descartaban, retomaban, analizaban cada toma; una y otra vuelta, hasta acercarse de común acuerdo a la toma que sentían afín a lo que en sus cabezas tenían de la canción. Robertico entró con la guitarra a una cabinita buscando reverberaciones, ecos, distorsiones, Héctor jugaba con uno de los amplificadores… luego con dedal extendían alguna nota… tras buen rato de hallazgos, Héctor no se pudo contener y le pidió hacer un par de tomas, aun con tres dedos de una mano inutilizados, andaba con una guantilla. Tras esa psicodélica sesión Robert fue hasta al estudio y sacó un banyo (algo así como Pete Seeger con Led Zepelin).               
Esa es la otra cara del Don Juan,
Batman, Spiderman o Superman,
por eso no puedo ir al castillo a rescatarte
ni trotar ileso y con sombrero
hacia el happy end donde besarte.

Tras todo aquello entró y con esa carga más entró Héctor Téllez Jr. a grabar “Tu príncipe azul”.  Como había sintetizado Carballea, una voz poderosa, con un ligero toque metálico, que caldea cada frase, la pieza va cobrando color de rock progresivo, grueso, descubro ideas que yo mismo no había visto en el texto con sus acentos.
Si yo fuera, en fin, tu príncipe azul
perderías la realidad que es la mejor opción.
Vamos a inventar nuestra leyenda
el delirio está en la creación.

La primera toma fue como un afilar ideas para entrarle mejor a cada variación sonora que habían conseguido, había crecido el príncipe alternativo, natural, de espíritu dador, que hurga en la poesía de la vida.
Al final de la segunda toma una ocurrencia increíble, Héctor comenzó a repetir, como bromeando, un juego con la frase final de la canción en inglés: “tras la paloma se aprende a volar” que fue derivando hacia “tú puedes aprender a volar”, “you can learn to fly” que sonaba muy parecido en intención al “revolution number nine” que se repite como una letanía en la pieza homónima del antológico White álbum o The Beatles de 1968, al que precisamente está dedicado otro relato canción de nuestro libro disco. No sé si en la sesión de armar la canción que tuvo con el Robert, se enteraría de esto, pero al menos en mi prólogo con Héctor no le había contado esa parte del mundo. Y cuando volvió a la cabina le noté el asombro con la historia de John Lennon y la santiaguera Judith que lo cautivó en la India unos tres meses antes de entrar a los estudios Abbey Road a grabar “Julia”, canción en principio –según el relato- dedicada a aquella cubanita de unos 18 años de edad.          
Cual broma más beatleriana aun, el último “you can learn to fly” con que cierra su canto el Jr. lo hizo al estilo de un Frank Sinatra, o Nat King Cole, con ese sabor de canción norteamericana de la posguerra, como en guiño dentro de otro guiño, de nuestro príncipe del rock, que se infiltra, como enamorado Charlot entre las Luces de la ciudad.  
Yo prefiero ser –de veras, mi amor-
tu tercermundista gris o verde natural;
ciertamente un caso no muy tentador
mas, dice mi abuela que “del lobo un pelo”
y “tras la paloma se aprende a volar”
.

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