Fidel es un país

Fidel es un país
____________Juan Gelman

viernes, 30 de noviembre de 2012

Cecilia

Por tu simbólico nombre de Cecilia
tan supremo que es el genio musical.
Por tu simpático rostro de africana
canelado do se admiran los matices de un vergel.
Y por tu talla de arabesca diosa indiana,
que es modelo de escultura del imperio terrenal,
ha surgido del alma y de la lira
del bardo que te canta
como homenaje fiel
este cantar cadente,
este arpegio armonioso
a la linda Cecilia
bella y feliz mujer

Empino mi voz hasta tu balcón, han pasado las doce de la noche. La guitarra a esta hora parece tocar sola, es tan intensa su sonoridad… cual si tuviera alma. No te asomas a la ventana, mi santa Cecilia. Quiero emprender una nueva canción, pero un par de vecinos han encendido luces; de algún lugar gritaron ¡pssssió! Y temo que esta serenata termine “como la fiesta del guatao”.
Por las adoquinadas calles, con paso lento, apesadumbrado, voy de Manuel Corona.  Pantalón “batahola” dril cien, guayabera planchada; sombrero de paño, a lo Gardel, y unos zapatos de dos tonos bien lustrados, aunque ya tienen su hoyito en las suelas.
¿Por qué no quieres dar la cara? ¿Cómo es posible que no te asomes a mis ruegos cantados? 
Cuan falso fue tu amor
me has engañado,
el sentimiento aquel era fingido.

Sólo siento, mujer, haber creído
que eras tú el ángel
que yo había soñado.

Si amas a alguien, déjalo ir. Si regresa, es tuyo. Si no regresa, nunca lo fue. Me repito una y otra vez como consuelo, pero tu imagen no se me aparta. Solo me ayuda un poco pensar que otros amigos han pasado por trances similares. Oscarito (Oscar Hernández), por ejemplo, cuando compuso “Ella y yo” estaba hecho tierra:   
En el sendero de mi vida triste hallé una flor
que apenas su perfume delicioso me embriagó.
Cuando empezaba a percibir su aroma se esfumó
así vive mi alma triste y sola, así vive mi amor.
Luego la gente escucha las canciones y piensa solo en la belleza física de esas musas, imantadoras como tú, mi Cecilia; pero tu encanto viene de más lejos: desde luces y sombras me has robado cuando mirábamos juntos una estrella, cuando compartimos dolores y esperanzas de nuestro barrio —que es la isla en peso— y hasta allende los mares. Todo tenía que ver con nosotros. Y, ya ves, ahora podría decir —como mis bardos amigos Manuel (Luna) y Agustín (Acosta) — que eres una especie de cleptómana:
Se hizo mi camarada
para cosas secretas,
cosas que sólo saben
mujeres y poetas.

Pero llegó a tal punto
su indómita afición
que perturbó la calma
de mis serenos días.

Era una cleptómana
de bellas fruslerías
y sin embargo quiso
robarme el corazón.

Y no vale mucho escapar hacia otra década; creo que el trovador siempre carga en el estuche de su guitarra la melancolía, la mujer que no llegó. O será que casi siempre andamos sin un kilo en el bolsillo, o que también somos algo enamoraos y nos salimos un poco del plato. El caso es que, ¡nada!, si salto de los años 30 hacia los 80, y, en vez de Manuel, me llamo Frank Delgado, por ejemplo, tampoco logro una canción que me saque de ti.
Ay, amor, amor, si no eres mía
al menos dame utopías,
pásame tus causas perdidas y como algo vital
sálvame de vez en cuando de mi soledad.

Podría decirme con Pablo Milanés, hoy la vi y tenía un rostro ajeno al que yo amaba, pero para sentir eso tendría que pasar mucho tiempo de tu ausencia y no basta saltar décadas para distanciarme. Aunque si te empecinas en no abrir más tu ventana a mi canción sucederá inevitablemente que llegue el día en que nos reencontremos por la calle y en un primer momento ni te reconozca. Entonces si podré decirte desde Pablito:
Junto a ti, mi futuro de sueños llené,
logré identificar tu belleza y el mundo al revés;
nos miraban de muy buena fe,
nada cruel existía, si yo te veía, reía después.
Desperté la mañana en que no pudo ser
no sin antes jurar que si no era contigo, jamás,
que esta herida me habría de matar,
y heme aquí, ¡qué destino!,
que ni el nombre tuyo pude recordar.

Se me pierde mi tiempo —a fin de cuentas el trovador es de siempre—, entro al Café Vista Alegre (frente al Malecón) y está allí buena parte de la grey en la descarga, la broma, la sustanciosa charla entre tragos. Alguna que otra mujer merodea a los bardos. Miguel (Matamoros) está ya con buena carga y canta como los dioses:
En la noche triunfal, bajo el divino
resplandor de la luna encantadora,
desgrané mi canción triste y sonora,
como el canto ideal del peregrino
que a los pies del amor suplica y llora.

Me ha retratado como si supiera mi chasco contigo. La vida está dura; apenas podemos cantar en algún que otro bar por una propinita, a veces buscamos el sustento en los tranvías; con un poco de suerte, nos cae algún conciertico en el teatro Campoamor o en el Payret. Pero aquí en nuestro café nos dan fiado, nos apuntan en el hielo la cervecita, el doble, la caldosa —por si algún día la fama… y, a las mejores, aparece algún mecenas.
Miguel me saluda pasándome la guitarra, me nota en la expresión que necesito el canto:
Sólo siento el haberte prodigado
mi amante corazón triste y herido.
Y lo has herido tú
y hasta has vendido por vil metal
tu corazón ajado.

Pablito (Milanés) me hace una segunda que espesa la melodía, y hasta me pongo guapo en mi despecho:
Con que te vendes, eh
noticia grata.
No creas que te odio y te desprecio.
Y aunque tengo poco oro y poca plata,
y en materia de compras soy un necio,
espero que te pongas más barata,
sé que algún día bajaras de precio.

Otra voz desde la puerta se suma por arriba, haciendo una especie de falsete —a esta hora de la madrugada llega encendido: seguro que andaba pasando el cepillo por el Malecón. Todavía es Bartolo, está a punto de irse con Miguel y su Conjunto para México; allá Cueto lo convencerá de que nunca va a triunfar con nombre de burro, y entonces decide ser —sin sospechar que para la eternidad— el Benny.   
Para qué perder el tiempo
para qué volvernos locos
si tú sabes que nosotros
no nos comprendemos ya.

Y tengo fe en que tú comprendas
como yo lo he comprendido
que nuestro amor se ha perdido
como una estrella fugaz.

Su voz es un cristal y me parte la vida. Te veo delante de mí, en tu triste oficio que no comparto; aunque llego a comprender la situación. Cuando Bartolo termina, se suena un cañangazo y me tira el brazo por el hombro: “¡Manuel, cará! Tantas hembras que se te dan y tú ancabritao con Cecilia. La verdad es que ella le enciende la cachimba a cualquiera, pero tú tienes miel pa’ las señoritas, viejo” —enfatiza, y los colegas ríen. Noel (Nicola) hace una mueca agridulce, negando con la cabeza; Silvio (Rodríguez), para alentarme, me cuenta una historia suya similar y sentencia “pero entonces lloraba por mí y ahora lloro por verla morir”. Sindo (Garay) y Vicente (Feliú), a capella me cantan —no puedo precisar si en son de pena o en son de broma:
Las amargas verdades que me dijiste
cuando en busca de amor
llamé a tu pecho,
no sabes el inmenso mal
que tú me has hecho,
estoy muy triste, 
estoy muy triste 
por aquellas palabras
que me dijiste…

Quiero fingir un poco de machismo para ocultar el estado depresivo, pero estos hermanos de guitarra me conocen tanto, que no vale la pena. Desde la barra me llaman Galarraga y Graciano (Gómez). El poeta ha escrito sobre una servilleta unos versos a los que el trovador les busca su melodía…   
Yo sé de una mujer que mi alma nombra,
siempre con la más íntima tristeza,
que arrojó por el lodo su belleza
lo mismo que un diamante en una alfombra.

Mas de aquella mujer lo que asombra
es ver cómo en un antro de bajeza
conserva inmaculada su pureza
como un astro su luz entre las sombras.

Es cierto que eres una de esas que llaman “mujeres de la vida”, pero te conozco bien y sé cuánto brilla tu espíritu. Una mujer no vuela sin plumas en su alma. Cierto que aquella primera noche la pagué, pero no podré olvidar tu expresión tan sincera cuando de retorno te dije que pagaría únicamente por conversar...
Cuando la hallé en el hondo precipicio
del repugnante lodazal humano
la vi tan inconsciente de su oficio
que con mística unción besé sus manos.
Y pensar que hay quien vive junto al vicio
como vive una flor junto a un pantano
.
Tal vez fui algo duro, Cecilia. Lloraste amargamente mientras me repetías que ya no tenías otra salida. Hasta medio filósofo me puse, enternecido ante tus ojos suplicantes:
No es tu cuerpo de abril lo que ofreces, entregas tu derecho a confesarte, entregas la ocasión de ser tallada: sin las desesperadas manos del artista se queda una escultura en sólo una silueta manoseada. No es tu cuerpo —mi amor— lo que apuestas de vuelta a la almohada tras tantas preguntas que olvida esa boca viajando en orgasmos que tiran su puerta en la cara. No es tu cuerpo —mi amor— son respuestas: te va arruinando la ilusión cada jugada. No es tu cuerpo de abril el mendigo de las madrugadas es el disfraz de un carnaval donde eres sólo un arlequín que hace piruetas con el alma arrodillada. No es tu cuerpo de abril lo que vendes, no es tu cuerpo —mi amor— lo que pagan: es el tiempo de hacerte un abrigo, es el tiempo de ser… que se escapa.  
No; me resisto a creer que te burlabas: Alguna razón habrás tenido para no aparecer en tu ventana cuando mi serenata te confería el altar de sagrada mujer. Tal vez temías a la burla de los vecinos, quizás quisiste protegerme de miradas. Hasta llego a pensar que me quieres liberar de ti, temiendo que la vida conmigo no baste para borrar tu pasado.
 
Los bardos se han ido despidiendo, como deshojándose cada uno hacia su época: cada cual con sus musas —cándidas, pícaras, esquivas, apegadas—, cargados todos de sueños y penas, ilusiones. Pablito sale silbando con el brazo por encima de Miguel, se cruzan en la puerta con Gerardo (Alfonso) y Carlitos (Varela) que venían con Gunilla, pero los convencen de que el Café estaba al cerrar y cambian de rumbo. Tratan de que Noel se sume, pero dice que se queda un trago más. Silvio coge otro destino y se aleja canturreando:  
Anda corre adonde debas ir
Anda que te espera el porvenir
Vuela, que los cisnes están vivos
Mi canto está conmigo
No tengo soledad.

No sé que haré mañana, ahora la bruma del amanecer me dice que ya es hora de partir. Las olas salpican sobre el muro. Con mi guitarra al hombro voy hacia la intermitente luz de la farola del Morro. Se me alumbra una frase, me siento en el contén y busco entre los acordes una nueva vida. Se apodera de mí esa angustia sabrosa de luchar contra el silencio para sacar otra historia de la guitarra. Algo se escapa, ¡ahhh!.. algo aparece… A fin de cuentas, la trova es para eso: para remoler las llagas internas, ennoblecerlas con la imaginación y volcarlas sobre la música. Cantar jugándoselo todo en cada frase, para que quienes vengan luego encuentren algo menos espinoso su camino, o, al menos, ya cantadas sus desdichas —lo cual si no es remedio, alivia. Así, de tal manera, que ahora es mi sedante Santa Cecilia, aunque no lleves ese nombre y yo, en lugar de Corona, sea simplemente… El Diablo Ilustrado 

Al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido:
yo, porque tú eras lo que yo más amaba;
y tú, porque yo era el que te amaba más.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti,
pero a ti no te amarán como te amaba yo.
Ernesto Cardenal

Nota: Este texto es un brindis por el cumpleaños de Silvio Rodríguez (nació el 29 de noviembre de 1946), por el aniversario 40 del Movimiento de la Nueva Trova (Manzanillo 2 y 3 de diciembre de 1972) y por el venidero aniversario 45 del primer concierto de la Nueva Trova (Casa de las Américas, 18 de febrero de 1968). Alzo pues la copa de letras y digo: Brindemos por la trova, la siempre nueva, desde mediados del siglo XIX. La trova es una sola.
Tanto este relato, “Cecilia”, como “Julia” , que publiqué en este rincón ciberespacial hace un par de semanas, forman parte de un libro-disco “Los amores del Diablo Ilustrado” en preparación.

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